Los refugiados en Sudán, forzados a huir de una segunda guerra
"Es la segunda guerra de la que huyo". En 2016, Salam Kanhoush escapó de Siria, su país, y encontró refugio en Sudán, pero los combates que estallaron a mediados de abril lo forzaron a un nuevo exilio.
Este estudiante de 30 años se desplazó hasta Metema, ciudad fronteriza del noroeste de Etiopía adonde llegan miles de personas que huyen de los enfrentamientos entre el ejército sudanés y fuerzas paramilitares.
En Sudán había "empezado una nueva vida", primero en Kasala, en el este, y luego en Jartum, la capital.
El sábado 15 de abril "iba a hacer kayak en el Nilo", recuerda. "Mientras caminaba, recibí muchos mensajes que decían: 'quédate en casa'".
Tras ocho días sin salir, tres de ellos sin electricidad y dos sin agua, pudo abandonar Jartum durante una tregua.
"Solo tomé mi mochila con lo esencial (...) Dejé muchas cosas atrás", explica.
Dejó pendiente su proyecto de conclusión de estudios y se fue sin el pasaporte, que se quedó en la embajada de Siria para su renovación.
Sin documentos, está bloqueado desde hace una semana en Metema. Con todo, "volver a Siria no es una opción", señala.
- "Estaba tan contento" -
Pero Salam Kanhoush no es el único doble exiliado en Metema.
Antes del conflicto, Sudán albergaba a 1,1 millones de refugiados, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
Sina, una eritrea de 24 años, estaba refugiada en Sudán desde 2018, cuando desertó después de cuatro años de servicio militar obligatorio, que la ONU y grupos de derechos humanos han llegado a comparar con trabajos forzados.
"Fueron cuatro años de comer lentejas y pan todos los días", cuenta.
Como camarera de hotel, "estaba muy contenta de mi nueva vida" en Sudán, asegura.
"Renuncié a una casa llena, a una pantalla plana, a mis ventiladores, a mis camas", añade la joven, que llegó a Metema con su novio y el hermano de éste.
Aquí "realmente no tenemos refugio, no hay suficiente agua y no tengo dinero", sostiene, en bajo la lona de una endeble tienda. Para ella, volver a Eritrea significaría "la cárcel y volver al ejército".
En cuanto a Sara, de 24 años y nacida en Sudán de madre eritrea refugiada, debía volar el 17 de abril a Canadá, donde vive desde hace seis meses.
"Todo comenzó un sábado. Yo debía viajar el lunes siguiente, pero la situación solo empeoraba", comenta, destacando sus "sentimientos confusos: es triste, es doloroso, es decepcionante".
"Nuestra seguridad y nuestra vida son la prioridad, así que no podemos pensar en las cosas que dejamos atrás", afirma. "De camino aquí te quitan lo que tengas de valor, así que no vale la pena".
Sara eme permanecer mucho tiempo en Metema, donde llegó hace cuatro días. "Todavía no he podido registrarme con ACNUR, me han dicho que será un proceso largo" para volver a Canadá, explica.
- Futuro incierto -
Mohamed Qasim, de 29 años, salió de Afganistán en 2016 para estudiar. Su esperanza de volver se desvaneció en 2021 cuando los talibanes tomaron Kabul.
"Trato de hacer lo posible para vivir" en Sudán "porque no tengo ninguna posibilidad de regresar a Afganistán", resume Qasim, sentado sobre unas alfombras junto a otros tres afganos.
Estaba a la espera de recibir su título en Comunicación cuando estallaron los combates en Jartum. No ve su futuro en Etiopía.
"La situación en Etiopía no es buena (...) Por el momento nos sentimos seguros, pero en el futuro no me veo en este país y espero poder ir a otro lugar seguro", apunta.
Salam Kanhoush, el sirio, sueña con regresar a Sudán para obtener su título y "avanzar en la vida" en "un lugar tranquilo, lejos de la guerra".
E.Klein--LiLuX