No hay tregua para los vecinos de una ciudad minera ucraniana en ruinas
La ciudad minera ucraniana de Vugledar parece abandonada y en ruinas cuando llega el capellán Oleg Tkachenko. Pero un simple bocinazo hace emerger de los edificios a decenas de habitantes exhaustos, raros supervivientes de los intensos bombardeos rusos.
En su camioneta Fiat de color rojo, equipada con cristales antibalas pero con un paragolpes hundido, Oleg trae provisiones: enormes sacos con pan fresco, cajas de duraznos o frambuesas y botellas de agua y aceite que se amontonan en la parte trasera del vehículo con la inscripción "capellán".
Sin la visita semanal de este capellán voluntario, los pocos centenares de habitantes que quedan en Vugledar, que tenía unos 15.000 antes de la guerra, tendrían que sobrevivir con el agua de la lluvia y los alimentos donados por los soldados.
Tkachenko no forma parte del ejército, pero lleva prendas militares y un chaleco táctico. En cada punto de control recibe un caluroso saludo.
En Vugledar, en el corazón del frente, la guerra lo ha destruido todo.
La mina de carbón está detenida, inundada desde que las bombas de drenaje dejaron de funcionar. Las escuelas y los edificios administrativos están en ruinas. El agua y la electricidad están cortados. Y el hospital, en las afueras de la ciudad, quedó abandonado porque está demasiado cerca de las líneas rusas, a menos de 3 kilómetros.
El zumbido de los drones de vigilancia ucranianos es incesante y el estruendo de los disparos de artillería y cohetes resuena frecuentemente incluso en una jornada que los vecinos dicen tranquila.
- Preocupaciones urgentes -
En enero y febrero, Vugledar generó grandes titulares cuando las tropas ucranianas rechazaron un asalto ruso y afirmaron haber destruido una de sus columnas armadas.
Esta victoria reconfortó a las tropas en el lugar, pero tuvo poco efecto en los habitantes de la ciudad, obligados a cocinar bajo la luz de linternas frontales refugiados en sótanos o en los rellanos de las escaleras.
Lejos de la línea del frente, en Ucrania circula la hipótesis de una enorme contraofensiva que se está preparando Kiev para retomar los territorios ocupados por los rusos.
Pero en Vugledar, las preocupaciones son más urgentes.
Cuando un cohete devastó el apartamento que ocupaban en la sexta planta, Svetlana, una enfermera jubilada de 53 años, su marido y su gato no tuvieron otra opción que instalarse en un corredor de su edificio, vestigio de la era soviética.
Ahora viven en un pequeño espacio bajo la escalera, privado de ventanas y apenas iluminado por lámparas de lectura recargadas con la ayuda de una batería de vehículo. En la noche, Svetlana se refugia en el sótano.
Durante el día se ocupa de coordinar las entregas de Oleg Tkachenko, bienes humanitarios y algunos pedidos específicos, y dedica el resto del tiempo a coser y a jugar al ajedrez.
Enfrente de su edificio, los restos de un cohete Uragan están incrustados en la calzada y queda metralla de unas bombas de racimo esparcida en la acera.
Uno de sus vecinos murió en noviembre en un apartamento destruido por las llamas. Ahora está enterrado bajo una cruz de madera. Pero Svetlana no quiere marcharse.
"¿Adónde podría ir? No quiero ser una persona sin hogar en ningún sitio", dice los periodistas de la AFP que visitaron la ciudad el miércoles.
- Nostalgia -
En Vugledar, la presencia de las fuerzas ucranianas es discreta: a veces se observa un vehículo blindado Humvee o drones que sobrevuelan los inmuebles.
Los habitantes reciben a veces productos alimentarios de parte de los soldados, pero lamentan que el Estado hace muy poco para ayudarles a resistir.
"No hay bomberos, no hay instalaciones sanitarias, nada", se lamenta Yelena, una comerciante de cosméticos que sobrevivió al ataque ruso que destruyó su apartamento.
Sonriendo, enseña bajo su ojo derecho una cicatriz provocada por un obús que está desapareciendo, prueba de la eficacia de las cremas de lujo que vende, asegura.
Para Mikola, un irascible minero retirado de 63 años, los deberes pendientes se acumulaban ya antes de la guerra.
El hombre recuerda con nostalgia los años 1980 cuando el régimen soviético de Moscú asignaba a familias como la suya apartamentos propiedad del Estado.
Ahora, estos edificios están en ruinas y el progreso de Ucrania después de la independencia quedará en poca cosa si las bombas continúan con su destrucción.
"Más vale una mala paz que una buena guerra", dice.
B.Diederich--LiLuX